Respeto implica reconocimiento al otro ser, a su aceptación como es, a su consideración de las diferencias que establecen la individualidad pero que unen en la igualdad. El respeto nace en la dignidad de la vida y se potencia en la facultad humana de enriquecerla, mejorarla cada día, no de destruirla. Enriquecer la propia vida en el estudio, en la afirmación de los conceptos morales, en la revitalización constante del sentimiento de amor, porque respeto también significa amor, en el sentido universal.

Nos amamos a nosotros mismos cuando procuramos una existencia sana, útil, generosa, activa, productiva.

Respeto es enseñar, pero no imponer, educar pero dejar obrar, conducir pero no obligar.

Así, este valor del respeto hace a todas las cosas de la vida, desde el momento primero de la mañana hasta el tiempo del descanso.

Todo lo que atente contra la vida (destrucción en la droga, el alcohol, degradación de la conducta humana, etc.) implica violación al sentido de respeto individual y colectivo.

Una sociedad que intenta transitar por los caminos de la civilización y la democracia, debe privilegiar este valor como pilar para que la convivencia entre las personas se manifieste con un tono más armónico, de tolerancia y comprensión.

El hecho de exigir respeto implica también, un compromiso, una responsabilidad y un deber del ser que lo exige. Una responsabilidad, porque se deben manifestar actitudes acordes al bien que se reclama que los otros practiquen. De esta manera, el respeto se enlaza con la responsabilidad y el deber, valores fundamentales en la construcción de actitudes positivas que favorecen el crecimiento personal y social.

Somos responsables cuando no solamente cumplimos cuando nuestros habituales compromisos y trabajos, también lo somos cuando asumimos las consecuencias de nuestros actos, de nuestra manera de pensar y expresarnos.

Cuando no se manifiesta la coherencia entre lo que decimos y hacemos, entonces no estamos siendo responsables. Sin esfuerzos no hay logros, ni hay transformaciones y entonces, la incoherencia seguirá siendo nuestra guía.

La responsabilidad es del hombre de bien que tiene visión de futuro, que anhela nuevos niveles de compromisos y aspira a una posición más sólida en sus convicciones espirituales.

Entendido así, este valor se conecta con un profundo sentimiento del deber.

Este sentido de obligación y cumplimiento, distingue al ser humano en su propia condición y lo jerarquiza frente a otros.

Actuar con deber implica también asunción de posturas comprometidas.

"Debo hacer esto aunque no tenga ganas"; la conciencia del deber lentamente se va imponiendo y va despertando al espíritu deseoso de progreso.

Deber, comienza siendo una imposición a sí mismo.

Deber, termina siendo una satisfacción.

Cuando el sentido del deber se combina con lo placentero, la ecuación es perfecta y asegura su éxito. Un éxito que anida en el sentimiento de alegría íntima, de aceptación por lo que la vida nos ofrece, de razonado optimismo a pesar de las circunstancias difíciles que no siempre podemos manejar.
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