El valor de la eficacia se basa en que la persona eficiente busca siempre la máxima calidad y la mayor efectividad en todas las tareas ejecutadas.

La persona eficiente no deja que la pereza la domine, ni la mediocridad la tiente; su satisfacción radica en alcanzar sus propósitos y no descansa hasta lograrlos. Siempre está dispuesta a dar un poco más de lo requerido para garantizar un logro.


Una persona eficiente no se conforma jamás con soluciones a medias ni con remedios momentáneos; prefiere las soluciones en grande y los remedios definitivos. Sabe muy bien que las soluciones y los problemas pequeños deben erradicarse antes que crezcan.

La persona eficiente no conoce las disculpas y no olvida nunca que las grandes metas jamás han sido fáciles; que los caminos con espinas conducen a lugares de privilegio y que las dificultades son para vencer.