Ciertamente en manos de los padres está la responsabilidad primordial de sembrar valores en los hijos, pero también es cierto que con la llegada del primer hijo nace en lo más profundo del ser humano un caudal de nuevas emociones que se traducen en eso, valores del ser. Todo gracias a la recién estrenada paternidad.

La historia de Jorge Luís Freites así lo sentencia: “Mi hija cambio mi vida en casi un cien por ciento. Era un hombre callejero, por trabajo, por actividades sociales, por amistades, por rumbas, por muchas cosas. A raíz del nacimiento de mi hija, no bebo, no fumo, no salgo de noche. Mis reuniones son familiares o en casa de mis amigos y lo primordial que cambió mi hija en mi fue mi carácter.”

El retrato de la pequeña Georgina, su hija de 8 años de edad le acompaña en el escritorio de su oficina exhibiendo una amplia sonrisa, y con esa imagen de testigo, Jorge Luis evoca un instante trascendental de su vida, “lo que sentí la primera vez que vi a mi hija, todavía lo estoy sintiendo”, afirma conmovido por el recuerdo.

Aunque deja claro que le encantaría tener muchos hijos, hoy son solo Georgina y un sobrino muy cercano quienes lo mantienen ocupado en su rol de padre, el cual defiende destacando que la figura paterna es indispensable pues garantiza protección, defensa, apoyo incondicional y un impulso permanente para que sigan adelante.

Para este papá son el amor al prójimo y el respeto, el epicentro de la formación de un niño. No teme confesar que es ser súper consentidor y está completamente rendido ante las peticiones de su hija pero sin dejar de aplicar la dosis correcta de carácter.

Entre Jorge y Georgina existe un vínculo hiper mágico, lleno de mucha complicidad, según palabras textuales de este orgulloso papá. Al indagar en las cualidades que destacan en su hija, la persistencia se impone, pero entre risas, reconoce que “es muy terca como su padre, aunque físicamente es  muy parecida a su mamá, en su comportamiento es muy parecida a mí”, dejando al descubierto que Georgina es la niña de papá.

Por: Antonieta Saud  @antosaud