Se trata de combinar el éxito en las cosas pequeñas con la ayuda y apoyo en los momentos de fracaso. Y esto empieza desde la concepción. Un niño aceptado y bienvenido a casa desde que su madre se entera de que está embarazada, se sentirá seguro e iniciará una vida con ventaja frente a aquel que ha sido rechazado, aunque sea con el pensamiento de la madre. Aquí entra la escuela de formación humana por excelencia que es la familia. Después del nacimiento cada niño aprenderá a confiar en sí mismo y a creer en sus capacidades si recibe del ambiente que lo rodea: tolerancia en sus errores, respeto a sus decisiones, aceptación como persona, reconocimiento a sus logros y superación de dificultades, cariño y aceptación de lo que es, aunque se repruebe lo que hace.


Por el contrario, las descalificaciones, las burlas y críticas destructivas, el sarcasmo y la intolerancia por parte de las personas significativas para el niño, irán minando poco a poco la frágil autoestima y aparecerán sentimientos de incompetencia e infravaloración que impedirán el desarrollo de la confianza en sí mismo y en sus semejantes.

Si cada papá y cada mamá utilizaran a diario, desde su corazón, la frase “te quiero hijo y confío en ti”, serían muchos más los hombres y mujeres seguros de sí mismos y capaces de triunfar en la vida, porque en su infancia y a lo largo de su vida se fueron sembrando profundamente las raíces de la aceptación y creencia en su persona.