Cuando en un hogar se siente la participación de cada miembro de la familia, se respira también un ambiente de mayor unión familiar. Y es que cada miembro del grupo, por joven que sea, puede aportar su grano de arena para ayudar en las tareas que a diario hay que realizar en casa.


Pero no solo es cuestión de propiciar el trabajo en equipo y la sana convivencia, la realización de los quehaceres domésticos les enseña a los chicos a valorar el esfuerzo que otros hacen por ellos, a ejercitar la responsabilidad, la voluntad, la autoestima, la disciplina, la solidaridad, la gratitud y además les hace sentirse miembros activos, ya que en parte, depende de ellos el buen funcionamiento del hogar. Parte de estas lecciones serán determinantes para formar una personalidad autónoma basada en el esfuerzo y en la capacidad de valerse por sí mismos.

Es en la casa -en medio de platos por lavar, camas por hacer, ropa por planchar- donde se aprenden virtudes, modelos de conducta, un idioma, maneras de trabajar, disciplina, habilidades para escuchar y para preguntar, modos de negociar, se desarrolla la empatía, la voluntad, maneras de enfrentar los problemas, cómo abordar nuevos desafíos y tantas habilidades que constituyen a todos los seres humanos.

De la misma forma, los sicólogos y orientadores familiares son insistentes en decirles a los padres que, hacer trabajos por los hijos sabiendo que están en su plena capacidad, es un gran error. Esto corresponde a una actitud sobre protectora que impide el desarrollo de ciertas virtudes necesarias para la formación humana.