Para que la autoridad de madres y padres sea vivida y comprendida por los hijos e hijas como algo positivo – que no representa los modelos represores o autoritarios, ésta tiene que plantearse en vínculos que promuevan el apego emocional. Cuando esto ocurre, se produce un alejamiento de prácticas violentas ya que las madres y padres encuentran maneras de manejar sus emociones, reconocer y expresar su rabia, regular su agresividad y principalmente encontrar palabras.


A menudo las personas adultas golpean a sus hijos e hijas porque no tienen un lenguaje adecuado para hablarles” [2].

La convivencia familiar registra circunstancias tales como la hora de dormir, bañarse, las comidas, las tareas escolares, entre otras, donde aumenta la tensión cuando las cosas no suceden como la madre o el padre espera.

A menudo, esta tensión tiene la siguiente secuencia: “hablar-convencer-discutir-gritar-pegar” [3]. Al llegar al último recurso de esta secuencia, la madre o el padre está en un clima emocional de desborde y violencia: todo parece ser una “batalla”.

Recuperar el clima emocional es fundamental para que las madres y padres puedan ejercer su autoridad y que los hijos e hijas se sientan seguros y protegidos. Con el lenguaje analógico – el tono de voz, la postura corporal y los gestos de la cara – se transmite el clima emocional.

A continuación se proponen algunos recursos y técnicas que puede ayudar a madres y padres en la difícil tarea de educar y poner límites a sus hijos e hijas sin emplear la violencia. Estas recomendaciones pueden adaptarse a cada etapa del desarrollo del niño, niña y adolescente.

Parar, calmarse y pensar: Cuando el niño o la niña o adolescente está haciendo algo que no debe y no hace algo que sus madres y padres esperan, es muy fácil caer en la tentación de “pedir-hablar-gritar-pegar”. Para evitar esto, los adultos pueden detenerse, calmarse respirando hondo, haciendo una pausa y pensar desde una visión diferente. Podrían hacerse algunas preguntas en ese momento:

• ¿Estoy esperando algo adecuado para la edad de mi hijo o hija?


• ¿Le estoy hablando claro y firme?


• ¿Le he mostrado con el ejemplo de mis acciones?


•  ¿De qué otras maneras, tal vez más lúdicas, podría transmitirle el mensaje?


• ¿He sido consecuente con mis ideas y límites?


• ¿Cómo puedo evitar ceder a posibles chantajes de mi hijo o hija?


• ¿Qué emociones tengo? Estas emociones están relacionadas a la conducta de mi hijo o hija o están relacionadas con otras preocupaciones del trabajo, la pareja, etc.?


• ¿Qué emociones reconozco en mi hijo o hija en este momento? ¿Está pudiendo expresarlas? ¿Estoy facilitando que pueda hacerlo?


• ¿Está mi hijo o hija percibiendo que el límite es a la acción y no al afecto o a su identidad?

De esta manera,  madres y padres podrían estar en un permanente proceso reflexivo acerca de cómo están ejerciendo su autoridad y como están siendo vistos por sus hijos e hijas.

Decirle al niño, niña o adolescente lo que debería hacer y lo que no: Los adultos deben ponerse de acuerdo entre sí primero sobre las conductas deseadas y decirle a los hijos lo que esperan que hagan o dejen de hacer, de manera serena, clara y firme.

Abrazar al niño, niña o adolescente: Uno de los mayores gestos de autoridad es el abrazo” [5] y en todas las edades, madres y padres pueden ofrecer un abrazo como límite a los hijos e hijas. Al abrazarlos, pueden sentir el contacto del cuerpo con el otro: un cuerpo que mece y que acuna trae a la memoria emotiva el recuerdo físico de los brazos de la madre o de la figura “materna”. El abrazo cálido y firme da un “contorno”, un límite, es un poderoso mensaje de “hasta acá podés”. Calma esa sensación de angustia y de no sentirse escuchado, que de alguna manera, los niños, niñas y adolescentes experimentan cuando se desbordan emocionalmente.

Refuerzo verbal de conductas positivas: Las madres, padres o cuidadores, cuando el niño, niña o adolescente tiene un buen comportamiento,  pueden emplear frases como: ¡Qué bien!; ¡Te felicito!; ¡Lo lograste!; ¡Estoy orgullosa de ti!; ¡Cómo estas creciendo!; ¡Mira todo lo que ya aprendiste!; ¿Has notado lo bien que hiciste tus tareas?, entre otras.

Estas palabras o expresiones confirman y validan al hijo o hija y sus logros, en el proceso de ir aprendiendo a vivir en el mundo que le rodea. Al escucharlas,  comprenden lo que sus madres y padres esperan de ellos y se sienten estimulados a querer seguir haciéndolo, buscando su reconocimiento.

Dejar que asuman las consecuencias de sus actos:
A medida que van creciendo, los niños,  niñas y adolescentes van teniendo más responsabilidades en la casa, como cuidar y ordenar sus juguetes o su pieza y en la escuela, hacer las tareas. En este proceso de ejercicio de responsabilidad y autonomía, es importante que conozcan y asuman las consecuencias de lo que hacen o dejan de hacer, obviamente siempre y cuando esto no implique riesgos para su integridad o su salud. Para ello, las madres y los padres o cuidadores podrán decirles y anticiparles lo que va a ocurrir si no actúan debidamente, dejando que los niños, niñas y adolescentes enfrenten sus propias responsabilidades. A modo de ejemplo, si deciden no hacer su tarea o se olvidan, dejar que vayan al colegio sin la misma y reciban la sanción de la profesora o del profesor.

Luego, en un clima de calma y serenidad, podrían conversar juntos para reflexionar sobre la experiencia vivida y sacar aprendizajes de la misma.

Dialogar: A partir de conversaciones, las madres y los padres o cuidadores pueden guiar a sus hijos e hijas a imaginar y expresar los anhelos y metas para su vida. Así como, compartir momentos de reflexión acerca de las consecuencias de las acciones que realizan. Además, pueden ayudarlos a expresar sus emociones, hablar de los conflictos y encontrar maneras para solucionarlos.

El juego: A través del juego los adultos pueden compartir los mismos códigos con los niños y niñas logrando conectarse desde lo emotivo, lo que ayudará a que sus hijos e hijas pequeños les presten más atención sobre aquello que desean enseñarles.

A través del juego y las canciones, los niños y niñas pueden aprender a hacer cosas como ordenar sus juguetes.

Otra forma, puede ser mediante la lectura de cuentos. De estas maneras las madres y los padres pueden ir transmitiendo ideas acerca de sus concepciones del mundo, además de ir estimulando el lenguaje. Lo que a su vez, proporciona más elementos cognitivos y emotivos para que los  niños y niñas comprendan lo que sus madres, padres y cuidadores esperan de ellos.

Con los niños y niñas mayores y adolescentes, los adultos podrían lograr una aproximación similar para dialogar mejor y obtener la atención de los mismos, conociendo y compartiendo algunas actividades de interés de los hijos e hijas, como sus programas favoritos de tv o jueguitos electrónicos, o temas musicales, por citar algunos ejemplos.

Suspenderles algo que les gusta: Esta forma de castigo o sanción se aplica avisándole al niño, niña o adolescente previamente que si no deja de actuar o hacer determinada cosa que está mal se le suspenderá una actividad que le agrada, por ejemplo va a dejar de ver la televisión por dos días o no va a poder ir a una fiesta. Las madres y padres tienen que prometer algo que puedan cumplir y luego cumplir con lo estipulado para no perder autoridad ante los hijos e hijas.

Tiempo de exclusión (time out): Este procedimiento se utiliza con la intención de reducir la frecuencia de un comportamiento que las madres y los padres o cuidadores consideren inadecuado, negándole al niño, niña  o adolescente cualquier oportunidad de que refuerce el mismo, como por ejemplo “el querer ser siempre el centro de atención”. Las madres y padres envían al niño o niña a un lugar aparte a pensar sobre lo que hizo. El tiempo de exclusión debe ser acorde con la edad del hijo o hija. Si estamos hablando de un niño de 5 años, el tiempo no debe ser mayor de 5 minutos, si es un niño de 8 años, podría permanecer 8 minutos en un lugar pensando.

Este método, al igual que las variantes del mismo que se detallan a continuación, es apropiado para niños y niñas  a partir de 2 años en adelante. Otra forma en que se aplica es cuando los cuidadores avisan al niño, niña o adolescente que están observando su conducta y le comunican que tendrá hasta tres oportunidades para cambiar de comportamiento. Si no lo hace, irá a otro lugar, por ejemplo su dormitorio, por un periodo de tiempo conforme con la edad. Esto ayuda a que tanto el padre y la madre como los niños, niñas y adolescentes estén en control de sus emociones, poniendo el foco en la acción que los hijos e hijas deben dejar de hacer. Este último método es también conocido como “1-2-3 Magia” [6].

Asimismo, los adultos podrían usar este “tiempo fuera o de exclusión del niño” para reflexionar y encontrar las palabras adecuadas para dialogar con su hijo o hija, en un clima emocional afectuoso, sobre  el motivo por el cual es importante que él o ella deje de hacer aquello que se le pidió.

Fuente:

[1] Martin Buber (1878 – 1965) filósofo, teólogo y escritor judío austríaco-israelí, conocido por su filosofía de diálogo.
[2] Barudy, Jorge. “El dolor invisible de la infancia”. Editorial Paidós. Barcelona, 1998.
[3] Phelan, Thomas W. “1-2-3 Magia. Disciplina Efectiva para Niños de 2 a 12”.
[4 – 5]   Espeche, Miguel. “Criar sin Miedo”
[6] Este método es una variante del tiempo fuera y fue desarrollada por el psicólogo norteamericano, Thomas Phelan.