Cuando nos referimos a la política desde todas sus instancias, podemos decir que el poder se encuentra manejado y liderado, en gran mayoría, por el género masculino, donde, además, aún predomina el síndrome de la discriminación de la mujer, siendo estas partidarias estratégicas para un mejor desarrollo en la toma de decisiones dentro del concepto de institucionalidad.
Desde los inicios de la humanidad, la mujer ha sufrido un patente aislamiento en el campo profesional, social, cultural y de desarrollo sustentable dentro de toda sociedad. La idea de catalogar a la mujer como el ser que no contaba con las habilidades y capacidades para poder entablar juicios respecto a los asuntos mediáticos y públicos generó que la mujer en la Antigüedad fuera excluida de la educación, el trabajo y el bien común en la igualdad de sus derechos.
El involucramiento de la mujer en la política se establece a finales del siglo XIX, cuando les fue reconocido el derecho al voto, aunque en algunos Estados el consentimiento para ejercer el voto femenino no llegó hasta mediados del siglo XX. El proceso de modernización capitalista, que favoreció el ingreso de las mujeres al mercado laboral y educativo, motivó su incorporación masiva, directamente, a diversos movimientos sociales como el campesino, indígena, obrero, estudiantil y urbano popular, desde los que ellas expusieron sus ideales frente a los Estados autoritarios, imponentes y arbitrarios que predominaban en esas épocas.
Dentro del estudio desarrollado por ONU Mujeres de 2016, referente al liderazgo y participación política de la mujer a nivel mundial, se menciona que solo “un 22,8% de los parlamentarios nacionales eran mujeres, lo que significa que la proporción de mujeres parlamentarias ha aumentado muy lentamente desde 1995, cuando se situaba en un 11,3%”.
“En enero de 2017 diez mujeres habían sido proclamadas como jefas de Estado y, al mismo tiempo, se encuentran nueve jefas de Gobierno. A escala mundial, en junio de 2016 había 38 Estados donde las mujeres representan menos del 10% del total de los parlamentarios en cámaras individuales o cámaras bajas, incluyendo cuatro cámaras sin presencia femenina”.
En el caso de América Latina, en los últimos 40 años, diez mujeres han sido quienes han liderado los países de esta región. La argentina Isabel Martínez de Perón, la boliviana Lidia Gueiler Tejada, la guyanesa Janet Rosenberg Jagan, la nicaragüense Violeta Chamorro, la ecuatoriana Rosalía Arteaga, La panameña Mireya Moscoso, la argentina Cristina Fernández de Kirchner, la costarricense Laura Chinchilla, la brasileña Dilma Rousseff y, la chilena Michelle Bachelet, han conseguido hallar un puesto en una función que, desde el origen de los tiempos, ha sido liderada por el hombre.
Esta evolución de la política y, puntualmente, de la mujer en la política, demuestra que estamos viviendo una transformación en los escenarios gubernamentales, en los que las mujeres ya no son personajes secundarios, sino protagonistas principales en el camino y porvenir de una nación.
Pero, no obstante, el Banco Mundial refiere que solo el 10% de los puestos de liderazgo en las empresas son ocupados por mujeres. Esta brecha discriminatoria aún está latente dentro de las instituciones públicas y privadas, sin la intención de la generación de proyectos sustentables que permitan la inclusión de la mujer en sus competencias.
Sin duda, la presencia de la mujer en el poder se enfrenta con el estereotipo de que el liderazgo de una nación puede ser y ha sido ejercido solo por el hombre; sin embargo, con el involucramiento de la mujer se está perdiendo esa concepción, lo que lleva a una disputa por la equidad e igualdad de género, tomadas como escenarios donde existen aún varias instancias de lucha. Pero, en este caso, la tendencia está creciendo y los números van aumentando, lo que permitirá en Gobiernos futuros contar con más mujeres en las esferas de la política mundial.
Fuente: http://numbersmagazine.com/articulo.php?tit=la-mujer-en-la-politica-mito-o-realidad